MUSICA BOSCARECCIA: RESCATANDO BELLEZA


Francesco Corselli es uno de tantos grandes músicos que tienen que esperar pacientemente que el entusiasmo investigador de los musicólogos desempolve sus partituras olvidadas en remotos archivos y vuelva a dotarlas del esplendor de que gozaron en épocas pretéritas. Si además de sacarlas a la luz son capaces de insuflarles nueva vida en grabaciones discográficas, los aficionados a la música tenemos la fortuna de ser un poco más felices y un poco más sabios.
Como bien explicó Andoni Mercero, entregado primer violín y director de Musica Boscareccia en una pausa del precioso concierto ofrecido por el ensemble este fin de semana en el Festival Internacional de Santander, Corselli es uno de esos personajes que, llegado a España en un siglo, el XVIII, en que tuvo ocasión de compartir trabajos y venturas musicales con Farinelli, José de Nebra o el padre Soler, y estando al servicio de Isabel de Farnesio, después al de Felipe V, Fernando VI y Carlos III, alcanzó cotas de calidad y sabor europeos que, sin embargo, los siglos posteriores han ido silenciando, tal vez por la conservación de su música de cámara en lugar de obras orquestales.
Con excepción de un par de registros, que yo recuerde, que Emilio Moreno ha realizado de música de Corselli, Musica Boscareccia vienen a ofrecernos un plato desconocido, un exquisito ramillete de cantatas —ellos prefieren decir cantadas— con inclusión de delicados recitativos, alternadas con sonatas para violín y bajo continuo. El grupo está integrado por nombres bien conocidos de la música antigua o del entorno de la OBS (Alexis Aguado, Mercedes Ruiz, Juan Carlos de Múlder, Carlos Garcia-Bernalt), de esmaltado y entusiasta sonido, acompañados por la soprano Alicia del Amo, cómoda en los agudos aun con algún tropiezo en las agilidades, pero dotada de un instrumento sensual y carnoso manejado con extraordinaria naturalidad, aparte de su imponente presencia escénica. El concierto se atuvo al programa y se ofreció como propina la vertiginosa cantada «Qué violenta terrible tormenta» en un derroche de virtuosismo y encanto absolutos.
Su disco Dulze acento, casi recién nacido —por cierto, de esmeradísima factura y con libreto en español, inglés y francés—, aguardaba a la salida del concierto y muchos ejemplares se vendieron. Por algo sería.