IN UNO LUGARE MANCHEGO


Ayer se celebró la anual y ya tradicional y gozosa festividad del Día del Libro con especial evocación de la figura de Cervantes, que en este año 2015 adquiere concreto protagonismo por conmemorarse el cuarto centenario de la publicación de la Segunda Parte de nuestra obra capital y de la, sin duda, obra también esencial en la literatura universal de todo tiempo: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1605), que en su continuación cervantina se tituló en portada Segunda parte del ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha (1615).
Sin embargo, además de este inevitable homenaje, y de las múltiples recreaciones y ficciones que se han venido construyendo en estos cuatrocientos años en torno al personaje de Don Quijote, se cumple también en este 2015 el 110 aniversario de una peculiarísima publicación de la que hoy muy pocos ya guardan noticia y que bien merece un recordatorio y una sucinta glosa de autor y obra. Y no es otra esa publicación que la Historia Domini Quijoti Manchegui, traducción al más puro e hilarante latín macarrónico de nuestro ya de por sí socarrón Quijote original, aparecida en 1905 y que después conoció reediciones y ampliaciones, aunque en la actualidad es ya una reliquia —por no decir más bien tesoro— solo encontrable a precio muy elevado en librerías de viejo y también en una más asequible y modernita (1999) pero descuidada y precaria edición de Aache, editorial de Guadalajara.
Se remonta el asunto a 1864, fecha de nacimiento en el pueblecito alcarreño de Horche —hay quien lo escribe sin h— de Ignacio Calvo Sánchez. A los pocos años se encontraba el mozo en el seminario Conciliar Central de Toledo, sujeto a una exigua beca con que sufragar sus estudios. Parece que era obligado para los estudiantes tener en la cabecera de su cama un crucifijo, y el buen Calvo, no contando con monedas sobrantes en su   «vacía faltriquera» —literal confesión— para hacerse con un digno ejemplar, se fabricó uno de hojalata con una leyenda en la base que ya daba muestra de su natural carácter chusco: «El que tenga devoción / verá en esto un crucifijo. / Pero el rector, quiá, de fijo / creerá que es el mal ladrón». Por desgracia para Ignacio Calvo, el Rector vio el invento del joven seminarista, y no creyendo que fuera el responsable el mal ladrón sino un demasiado díscolo muchacho, le impuso la tarea de traducir al latín una obra clásica de la literatura española, so pena de perder su beca. Ni corto ni perezoso, Ignacio Calvo —temeroso de volver a su casa a destripar terrones de por vida— vertió al latín macarrónico nada más y nada menos que algunos capítulos del Quijote, y fue tal su gracia en hacerlo que el mismo Rector, contagiado de sus modos, le dijo, para su alivio: «Sufficit, Calve, jam habes garbanzum aseguratum».
Así quedó tal trabajo realizado y aparcado hasta que, en 1905, sobrevinieron las consiguientes y variadas celebraciones en torno a la publicación, trescientos años antes, de la primera parte del Quijote. Fue entonces cuando a Ignacio Calvo, que por entonces era ya no solo dignísimo sacerdote, sino también Bibliotecario de la Universidad de Salamanca y Director de la sección de Numismática del Museo Arqueológico Nacional y erudito arqueólogo y escritor de asuntos académicos relacionados con excavaciones tan importantes como las de Clunia, se le ocurrió que podía tener sentido rescatar aquella jocosa Historia Domini Quijoti Manchegui, perfectamente inteligible para un lector español medianamente culto, plagada de ocurrencias divertidísimas y, al tiempo, sumamente respetuosa con la estructura, usos, casos, preposiciones, etc. de la lengua latina. Posteriormente, ya en 1922, y para auténtico regocijo de su ingenio y disfrute de sus lectores, se anima Ignacio Calvo a prolongar su tarea con más capítulos —«Editio nova, castigata et alargata»— y con inclusión de dibujos alusivos en las cabeceras de los mismos.
Tras la obligada y oficial genuflexión ante el genio cervantino, sugiero brindar también con una copa oficiosa de buen vino por el lúdico espíritu de Ignacio Calvo Sánchez, que nos legó acaso una lectura del Quijote que al mismísimo don Miguel hubiera encandilado. Júzguense si no sus párrafos primeros:



CAPITULUM PRIMERUM

In isto capítulo tratatur de qua casta pajarorum erat dóminus Quijotus et de cosis in quibus matabat tempus.


In uno lugare manchego, pro cujus nómine non volo calentare cascos, vivebat facit paucum tempus, quidam fidalgus de his qui habent lanzam in astillerum, adargam antiquam, rocinum flacum et perrum galgum, qui currebat sicut ánima quae llevatur a diábolo. Manducatoria sua consistebat in unam ollam cum pizca más ex vaca quam ex carnero, et in unum ágilis-mógilis qui llamabatur salpiconem, qui erat cena ordinaria, exceptis diebus de viernes quae cambiabatur in lentéjibus et diebus dominguis in quibus talis homo chupabatur unum palominum. In isto consumebat tertiam partem suae haciendae, et restum consumebatur in trajis decorosis sicut sayus de velarte, calzae de velludo, pantufli et alia vestimenta que non veniunt ad cassum.
Talis fidalgus non vivebat descalzum, id est solum: nam habebat in domo sua unam amam quae tenebat encimam annos quadraginta, unam sobrinam quae nesciebat quod pasatur ab hembris quae perveniunt ad vigésimum, et unum mozum campi, qui tan prontum ensillabat caballum et tan prontum agarrabat podaderam. Quidam dicunt quod apellidábatur Quijada aut Quesada, álteri opinant quod llamábatur otram cosam, sed quod sacatur in limpio, est quod suum verum apellidum erat Quijano: sed hoc non importat tria caracolia ad nostrum relatum, quia quod interest est dícere veritatem pelatam et escuetam...