Harmonia del Parnàs en el Festival Internacional de Santander, Sala Pereda PFC.
Magnífico concierto el que nos ofreció en la noche del
sábado, dentro del Festival Internacional de Santander, el conjunto Harmonia
del Parnàs, con un singular programa dedicado a la música barroca virreinal, en
el que destacó lo inusual y bello de las piezas interpretadas y que, además,
puso en evidencia las recíprocas influencias entre la música que desde el
continente europeo migraba a América y la propia de los pueblos colonizados,
dando como resultado una fusión de
elementos cultos y populares y una mutua y afortunada «contaminación» mestiza entre
ritmos, melodías, instrumentos y lenguas de uno y otro lado del Atlántico. Ximénez,
Orejón y Aparicio, Castellanos o Cascante fueron algunos de los compositores
protagonistas, de los que Harmonia del Parnàs, bajo la dirección de la
clavecinista, organista y fundadora del grupo Marian Rosa Montagut, dio
magnífica cuenta, en un trabajo mimado al máximo lo mismo en elección de piezas
que en interpretación. En verdad resulta difícil destacar cuál de los miembros
del grupo aportó mayor frescura, vitalidad, entusiasmo y al tiempo rigor a la
interpretación, en un perfecto entendimiento mutuo que hizo fluir la música sin
aparente —entrecomillemos lo de «sin aparente»— esfuerzo y que nos situó no
solo ante una música innegablemente bien hecha sino ante un clima especial y
conmovedor.
En la cita del sábado noche en la Sala Pereda no abundó el
público, no sabemos por qué extraña causa, pues se nos dio ocasión de asistir a
uno de esos conciertos que enaltecen el ánimo. Lo que es muestra tal vez de la
necesidad de seguir ahondando en la exploración de este tipo de repertorios y
de intensificar su presencia en nuestras salas de conciertos —las europeas ya
han superado estos complejos tiempo ha—, demasiado saturadas de programas
archiconocidos y reiterativos.
Con un ligero cambio de última hora en el programa —la
sustitución de la sonata de Domenico Zipoli por una suite de danzas anónimas—,
el conjunto brilló muy especialmente en la voz, por momentos delicada, por
momentos arrebatada, siempre expresiva al máximo, de la elegante mezzo Marta
Infante, con su característico sonido aterciopelado. Prodigio de agilidad y
ornamentos fue David Antich con las flautas de pico. Del resto —el arpa
delicada de Vilas, el violín vivaz de Rossi, la elegante profundidad del chelo
de Joglar, la pizpireta percusión de Ballester, la sabia dirección de Montagut—
no cabe sino decir que se empastaron a la perfección en un sonido creativo y
entregado.
La noche se remató con la preciosa y enardecida «Aunque
contra mí indignado» del Acis y Galatea de nuestro Literes y la repetición de
la pieza de Castellanos que daba nombre al programa: «Oygan una xacarilla».