OSCUROS OBJETOS DEL DESEO: LIBROS PARA EL BIBLIÓFILO «DE NUEVO».



Se acercan las vacaciones de Navidad y con ellas, aparte del ruido y el exceso —y hasta la melancolía, para algunos—, una mayor disponibilidad de tiempo libre que ocupar en la lectura e incluso para sugerir libros a otros. La tendencia de lo navideño al fasto y al cacharro parece propiciar la adquisición de lectores electrónicos; con la compra de un e-book hay un ansia que queda mejor y más colmada, porque compramos algo con ventana y con botones. Un mero libro es algo demasiado sencillo, demasiado vulgar, demasiado parco.
Esta sutil o quizá no tan sutil batalla entre el libro «de siempre» y el libro electrónico lleva apuntando ya años, y de momento, a pesar de que el formato tradicional no cuenta con el indudable sex-appeal tecnológico, continúa ganando por varios enteros. Los gurús de la vanguardia pronosticaron con demasiada premura la muerte del papel, cuando lo cierto es que sus idus de marzo parecen aún lejanos. Sin embargo, sí se me antoja interesante constatar que se están produciendo algunos movimientos editoriales que pueden responder a un cierto temor y a una intención de contrarrestar con opciones sabrosas el tentador «tirón» de un texto manipulable a placer en una pantalla.
Uno de esos movimientos detectables es el de la mejora en la edición a todos los niveles (cubiertas duras o muy cuidadas, excelente papel, tipografía legible y atractiva...), por supuesto no en editoriales de tiradas masivas. Este saludable aspecto físico del libro suele ir vinculado a títulos imprevisibles o infrecuentes, a textos singulares o bien a obras que llevaban largo tiempo dormitando en los desvanes del olvido. A estos factores se añade la inclusión de ilustraciones de altísima calidad. Algo que no permanece ajeno a otro elemento que también empieza a rastrearse cada vez con mayor intensidad: la presentación de literaturas habitualmente concebidas como «infantiles» para un público adulto. 
Junto a estos rasgos, otro formato se impone asimismo cada vez con mayor profusión: el del libro «breviario», el libro de culto por su título o su autor, editado con mimo en un pequeño volumen que ocupa escaso espacio en el anaquel y en el reloj —algo que corre parejo con el curso de los tiempos—. Si aquellos libros de los que antes hablaba aspiran a desbancar a la alternativa electrónica por la senda de la belleza, estos últimos quieren hacerlo poniéndose a la par en cuanto a comodidad y hasta un cierto sentido del dominio: el «minilibro», por pedante o sesudo que sea —lo mismo da que se trate con Steiner, Sebald o Demóstenes—, siempre es dominado por el lector y no al revés. En cualquier caso, es innegable que estos libros, aun siendo a menudo caros, constituyen un oscuro objeto de deseo para ese lector que también es coleccionista, para ese bibliófilo cada vez más abundante que lo es no «de viejo» sino «de nuevo».
No me gustaría dejar de citar algunos de los libros que con tales señas de identidad han pasado últimamente por mis manos. Magnífica es la edición en Impedimenta del Diccionario de literatura para esnobs, de Fabrice Gaignault, dentro de la colección «La biblioteca del pájaro Dodo»: tapa dura, interior a dos tintas, maravillosas ilustraciones de Sara Morante (de origen cántabro, por cierto, y que en nuestros pagos ilustró el lindo librito Señal editado a comienzos de este año por Mundanalrüido), ingenioso concepto. Un repaso por el catálogo de los literatos malditos —malditos sobre todo por marginales o menos sobados por los manuales de literatura o por los críticos de la cosa nostra— realizado con tierna ironía y pródigo en detallitos sustanciosos, unos menos conocidos que otros. Un libro que, como puede inferirse fácilmente, se estructura en orden alfabético y por entradas, con lo que puede leerse a sorbos de la medida deseada.



Desde Nórdica Libros nos llega una peculiar edición, sin lomo tradicional y con cubierta negra, de tan solo 999 ejemplares convenientemente numerados: se trata de una mirada ilustrada lúdico-reflexiva sobre Kafka y Borges en la que el placer estético resulta tan intenso como necesaria la implicación del lector, que tiene que navegar por páginas horadadas en las más hermosas formas, invertir el libro para proseguir la lectura o dejarse llevar por los trazos gráficos de la sin duda genial Verónica Moretta, cuyo apellido ya evoca una sugerente máscara con que abordar clásicos como La metamorfosis, La casa de Asterión, Un sueño y El laberinto. Hasta un detalle en cierto modo incómodo no es casual, no obstante, en este libro: no hay índice.



Para los amantes del relámpago de lo brevísimo y al tiempo del súbito impacto de lo visual existe en La Fábrica Editorial (colección BlowUp Libros Únicos) un precioso libro (Nuevas greguerías) que contiene 428 greguerías inéditas de Ramón Gómez de la Serna, no por inéditas mediocres, rescatadas de un fondo de la Universidad de Pittsburgh. Los fogonazos del escritor madrileño se ven iluminados por fotografías de ese prestidigitador de la imagen que es Chema Madoz. Todo ello en una elegantísima presentación de falsa rusticidad en cubierta con contrastado y fastuoso interior en rojo y negro.



Por último, dirigidos a niños sin reparos o a mayores sin miedo a la infancia, dos volúmenes llegados del frío: el relato Los zapatos rojos, de Hans Christian Andersen —de crueldad a duras penas soportable, inspiradora no solo de miedo sino también de aquella clásica película de Powell y Pressburger—, en Editorial Impedimenta, ilustrado (una vez más, y aseguramos que es pura casualidad y no soborno) por Sara Morante, con guardas delicadamente decoradas e interior a dos tintas roja y negra (de nuevo); y las tres versiones existentes, de los siglos XVII al XIX, de la inmortal Caperucita Roja —la de Perrault, la de Tieck y la de los hermanos Grimm—, reunidas con acierto en un solo volumen, en traducción de Luis Alberto de Cuenca e Isabel Hernández y con la colaboración de nueve ilustradores.


Como se ve, opciones hay para todos los gustos sin necesidad de sucumbir a la sedación electrónica. Feliz Navidad lectora.