EUGENE... ¿LENSKY?

Palacio Euskalduna. 59 Temporada de la ABAO.
Piotr Ilich Chaikovski: Eugene Onegin.
Libreto de Konstantin Shilovski y Modest Chaikovski, basado en la novela homónima de Alexander Pushkin.
Michal Znaniecki, dirección de escena y vestuario.
Diana Theocharidis, coreografía. Luigi Scoglio, escenografía. Bogumil Palewicz, iluminación.
Scott Hendricks, Eugene Onegin. Ainhoa Arteta, Tatiana. Ismael Jordi, Vladimir Lensky. Irina Zhytynska, Olga. Annie Vavrille, Madame Larina. Stanislav Shvets, Príncipe Gremin. Nadine Weissmann, Filipyevna. Mikeldi Atxalandabaso, Triquet, Fernando Latorre, Zaretsky.
Coro de Ópera de Bilbao, Boris Dujin, director del Coro.
Orquesta Sinfónica de Szeged. Miguel Ángel Gómez Martínez, director musical.
Dada la afición del público de Santander a asistir a la extensa e intensa programación lírica de la cercana Bilbao (lo cual no es de extrañar, dada la tan lamentable como evidente ausencia de ópera en nuestra ciudad), no estará de más seguramente que esbocemos, siquiera con unas breves pinceladas, nuestras impresiones acerca del que ha sido uno de los grandes títulos de la programación que la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera (ABAO) viene desarrollando ya desde hace nada más y nada menos que 59 temporadas, sin presumir de tantas alharacas de veteranía como despliegan otros ‘fistivales’ geográficamente a tiro de piedra.
El caso es que, como decía, era el Eugene Onegin de Chaikovski uno de los más esperados protagonistas de esta temporada, representado en varios días a lo largo de este mes de abril, en una producción de ABAO-OLBE, el Teatr Wielki Poznan, la Opera Krakowska y el Teatro Argentino de La Plata. No se puede negar que el Onegin supone una de las partituras operísticas más brillantes de Chaikovski, logro al que obviamente no es ajeno la obra de Pushkin, siempre brillante, en que se apoya su libreto. La confrontación magistralmente sostenida entre lo rural y lo mundano, entre la aristócrata intacta y el burgués corrompido, entre el amor y el desdén, entre el arrepentimiento y la firmeza, todo ello alejado de un posible y empalagoso happy end que por fortuna Chaikovski no se permite, hacen de esta ópera impregnada de momentos puramente líricos y de otros bien próximos al ballet un espectáculo siempre grato de presenciar.
El montaje presentado por ABAO ha constituido una fuerte apuesta escénica y vocal. En lo escénico, caben únicamente opiniones contrapuestas, nunca medianías: gusta o no gusta. Personalmente, nos decantamos por decir que no nos gustó el aparato escénico en sí mismo, ni tampoco determinadas imposiciones del regista a los sufridos cantantes: hacerlos chapotear en un escenario-piscina durante más de una hora podría incluso tildarse de crueldad, y el penoso duelo de Onegin y Lensky sobre el hielo resulta un tanto absurdo, por citar tan solo dos ejemplos. Sin embargo, hubo momentos como el célebre y bello “Kudá, kudá” de Lensky, con la escritura de fondo que se va diluyendo conforme el aria avanza, o incluso los propios juegos de reflejos e iluminación, que sí merecen elogio. Por tanto, desigualdad en la escenografía de Znaniecki para un concepto farragoso aunque desde luego no convencional.
En lo vocal, reinó la evidente brillantez de Tatiana y de Lensky. Ainhoa Arteta exhibió una buena interpretación e hizo gala de bellos matices en una voz poderosa y sin embargo muy bien controlada. El suyo es un papel contundente y Arteta sabe dotarlo de la debida firmeza. En cuanto a Lensky, hay que decir que fue la gran –y agradabilísima– sorpresa de la noche. El jerezano Ismael Jordi se nos descolgó inesperadamente con un poeta espléndido sin resultar lánguido, sutil pero sin afectación, con un timbre bien hermoso y un bello legato que realmente resplandeció en su aria principal.
Con menos honor cabe hablar de Onegin, en quien se produjo una extraña paradoja: las excelentes cualidades baritonales de Scott Hendricks no se tradujeron en un Onegin convincente, sino en un mero recitador poco entregado, con más o menos fortuna según los momentos de la ópera, pero sin la garra que sin duda requiere su personaje, tan rico y variado en su carácter.
Por lo que respecta al coro, con su notable importancia dentro de la obra, tuvo una intervención adecuada, y lo mismo cabe decir de la, en general, bastante atinada dirección de Miguel Ángel Gómez Martínez, que exprimió en lo posible las habilidades desiguales pero esforzadas de la Orquesta Sinfónica de Szeged.