EL CUADRADO NEGRO SE REBELA

Esta mañana leía el artículo “Un cuadrado negro”, de László Földényi en la Revista de Occidente, en una recomendación expresa que me llegó desde Madrid de manos muy queridas. El texto en cuestión constituye una detectivesca reconstrucción del origen intelectual del cuadrado negro de Malevitch que todos conocemos, a partir de una caricatura inglesa anónima aparecida en 1771 y, a su vez –rastrea el autor-, de una sorprendente página completamente entintada en negro que aparece en la edición primera de La vida y las opiniones del caballero Tristam Shandy, allá por el 1759. Dos de las conclusiones a que se llega en este texto excelente tras una enjundiosa exposición son, por una parte, que la curiosidad del hombre por las artes –en cualquiera de sus manifestaciones- constituye un sentimiento natural y atávico al margen de cualquier taxonomía y, por otra, que todo es siempre distinto a su apariencia y, sobre todo, a como algunos se esfuerzan en contárnoslo para su propia conveniencia.
Y he aquí que traigo este asunto a colación a raíz del concierto y recital poético de la Accademia del Piacere organizado por el Aula de Letras de la Universidad de Cantabria y celebrado en esta misma semana en el Palacio de Festivales de Santander. La poesía barroca italiana y española y la música del Seicento se dieron cita en una convocatoria que logró atraer a un elevado número de público en una jornada difícil, que lo era por ser lunes y por desarrollarse en semana sembrada de fiestas. El que esta convocatoria resultara un auténtico éxito en términos formales –sin entrar, por supuesto, en la calidad extraordinaria de la oferta concreta– no es materia baladí. Y para que no se me acuse de intentar barrer para la casa propia, diré que algo similar ocurre con otras convocatorias realizadas en nuestra ciudad desde otros medios, instituciones o personas: convocatorias calificadas, tal vez interesadamente y con alevosía, como “minoritarias” o “elitistas” cuando realmente no lo son, con el propósito de eliminarlas o, cuando menos, arrinconarlas y reducirlas, como hace el chico bruto cuando golpea al más sensible en la ensañada impunidad del patio del colegio. Ya en París-Nueva York-París, el indispensable libro de Fumaroli sobre los espejismos de la mal llamada cultura contemporánea, puede atisbarse el peligro que acecha desde esa predirigida y tergiversada democracia del número que no conduce sino a la tiranía de don dinero. Y es que nunca falta quien pretende perturbar la tendencia a la espontánea percepción y contemplación del cuadrado negro; o incluso negar dictatorialmente que el cuadrado negro existe. Pero el cuadrado negro es previo a la cháchara de quienes nos dicen lo que nos gusta y lo que no, lo que nos debe gustar y lo que no. El cuadrado negro, su rebelión callada, ha estado siempre ahí.
Quién no se pregunta, seguramente con ingenuidad y al tiempo intentando no caer en la paranoia de una perversa manipulación colectiva, por qué se nos niega sistemáticamente el pan y la sal de la cultura. Por qué se emite televisión basura con el argumento de que es lo que demandan los telespectadores; por qué se proponen programaciones que oscilan entre la peor tradición y la caspa con la excusa de que es lo único que quiere presenciar el público; por qué se edita tanta banalidad; por qué los tolerantes de la cultura basura, en suma, practican la intolerancia coercitiva y el acoso y derribo de las supuestas élites culturales. En esa persecución, que es una de tantas de las que se vienen ejerciendo contra el derecho a la diferencia desde que el mundo ha sido, se atenta contra dos derechos esenciales: la educación digna y la libertad de elección, amordazados vilmente bajo el paraguas de la charanga y pandereta reclamadas por una hipotética mayoría que, como la moneda de hoy –y el óbolo intelectual de mañana–, no es tangible, sino tan sólo una cifra escrita en un papel.
Mientras esto ocurre con la aquiescencia de poderes públicos e instituciones cuya misión sería promover exactamente lo contrario, los gestores medios y pequeños y los demandantes reales de cultura a todos los niveles deben ingeniárselas para seguir la pista del cuadrado negro. O hasta inventarlo. Con o sin subvenciones, que esa es otra cuestión. La globalización árida y deshumanizada ha acarreado, a su pesar, la difusión indiscriminada de la información y la capacidad desmedida de desplazamiento. Dos monstruos que ni siquiera los intolerantes culturales han podido someter a sus instancias. Si no me traen la música o el arte o el cine o la literatura puedo ir a buscarlos. Y también traerlos hasta aquí y difundirlo y compartirlo.
Así que sí. Accademia del Piacere arrasó en Santander. Una vez que se cató su recital, sus discos se convirtieron en regalo de Navidad improvisado entre un público entregado por completo. Algunos los conocían, otros los descubrieron. Algunos vinieron desde fuera de Cantabria a escucharlos desgranar poemas y músicas. Todos ellos son parte de ese grupo cada vez más amplio de personas que viajan para asistir a un concierto o una obra de teatro o incluso para comprar cedés o libros o revistas porque en Santander no es fácil. Un buen amigo me comentaba en estos días que tendría que trasladarse hasta Bilbao a comprar los “reyes” musicales de este año, dado que en nuestra ciudad sobre las tiendas de discos parece pesar orden de caza y captura. Quienes andan cortos de miras económicas e inmersos en la caduca seguridad del pan y circo están perdiendo este nuevo tren de “minorías” que cada vez buscan, saben y se mueven más; este nuevo tren, o no tan nuevo, de la naturaleza humana, de su necesidad de ser a través de la cultura, máxime en tiempos de escasas esperanzas. En la última estación, el indómito cuadrado negro aguarda.