PENDERECKI IS BACK

Tal vez una de las citas más esperadas de este LIX Festival Internacional de Santander fuera la que Krzysztof Penderecki, al frente del conjunto orquestal I Virtuosi Italiani, tenía prevista con la capital de Cantabria y el público de la Sala Argenta del Palacio de Festivales de Cantabria en el pasado viernes. Y ello probablemente por el recuerdo que la obra del compositor polaco había dejado en Santander años atrás, en una ya lejana intervención en la Porticada en que presentó en nuestra ciudad su Te Deum y su Pasión según San Lucas, allá en los últimos años 80.
En esta ocasión, el programa contaba con la cuerda y la flauta como protagonistas, de la mano de Boccherini, Dvořák y el propio Penderecki, en la interpretación de los Virtuosi Italiani ya citados y el solista Massimo Mercelli, bajo la dirección del compositor polaco. Un programa, por lo demás, un tanto arbitrario, sin clara justificación, en el que la elección de las piezas respondió a un criterio estrictamente analógico: dos composiciones con la flauta como excusa en la primera parte y dos composiciones de estética romántica en la segunda. Tal vez, de haberse proporcionado al auditorio unas notas al programa con mayor sustancia, no de mera cobertura de expediente, hubiéramos sabido por qué se interpretó en concreto ese Concierto en Re Mayor op.27, G.489, de Boccherini; concierto del que se da la circunstancia añadida de resultar más que dudosa su atribución a Boccherini, debiendo inclinarnos más bien por la autoría de Franz Xaver Pokorný; pero ya sabemos que en este tipo de materias formales no debemos pedir peras al olmo (al olmo machadiano) del Festival Internacional.
En lo que se refiere a las obras de Penderecki, hubo oportunidad de escuchar su Sinfonietta nº 2 para clarinete y cuerda (obra de 1994, amplificación orquestal del Cuarteto para Clarinete y Cuerdas del año precedente), que en esta ocasión se adaptó expresamente para flauta, y en particular para la flauta de Massimo Mercelli, en un proceso inverso al que ya realizara el compositor polaco con su Concierto para Flauta de 1992, dedicado a Jean-Pierre Rampal, al adaptarlo al clarinete. La verdad es que la sustitución del clarinete por la flauta en esta Sinfonietta no resultó precisamente afortunada; la composición pierde bastante en incisión y expresividad. De todos modos, se trata de una obra bella, bastante limpia en su concepto, con un bonito tema melancólico inicial que se acelera virtuosamente en su Scherzo para retornar posteriormente a una calma sostenida y reflexiva.
La Chacona para Orquesta de Cuerdas, de composición bastante más tardía (2005), y que ya se estrenó en España en el Festival de Música Religiosa de Cuenca en 2006, es evidente deudora de la tradición musical más puramente romántica; una obra que resulta grata al oído, aunque quizá excesivamente lírica y abigarrada, de contornos menos nítidos en su escritura. Se vio bien complementada por la Serenata para Cuerdas en Mi Mayor, op. 22, de Antonin Dvořák, obra muy melódica, sinuosa y evocadora cuyo Tempo di Vals es innegablemente hermoso; una Serenata, por lo demás, a la que Penderecki parece tener especial afecto, pues la ha dirigido reiteradamente en varios conciertos.
Es obvio que el Penderecki que más nos interesa es, con mucho, el compositor. Su labor de dirección, por lo demás, interesa también en relación con su propia obra. En otras partituras su presencia como director es más o menos sustituible. De todo ello volvió a dar testimonio una vez más en el concierto ofrecido en la noche del viernes, en el que las obras del polaco se llevaron la palma frente a una lectura meramente correcta de Boccherini (más bien frío, en excesivo contraste con el entusiasmo interpretativo y gestual de Mercelli) y Dvořák (con poca garra). Tal vez los músicos de I Virtuosi Italiani hubieran exhibido mejor colorido y mayor expresividad con una dirección más comprometida, como de hecho demostraron en la Sinfonietta y la Chacona. Massimo Mercelli se desenvolvió bien por su cuenta, primero como acusado solista y luego más incardinado en la masa orquestal. En conjunto, en las obras ajenas a Penderecki, la orquesta se mantuvo en un nivel discreto salvo en algún pasaje más afortunado, como el Allegro final de Dvořák, en que remontó el vuelo al recoger los movimientos cuarto y primero. En todo caso, sí fue de agradecer, sin duda, la oportunidad de poder acercarse en el Festival Internacional a la música contemporánea y un repertorio distinto del ya archiconocido (en épocas y nombres) de todos los años.