CHICLE DE MENTA

Vivimos la era que vivimos y la posmodernidad y sus soporíferos tratados nos ha traído lo que ahora padecemos: tiempos de confusión, de incertidumbre, de rapidez, donde nada se parece a lo que es, donde el carpe diem es una recomendación cansada, donde la norma de conducta es la improvisación, donde Babel es la madre de todas las batallas y donde el nihilismo se ha instalado como alternativa más dulce, más cómoda también, ante el suicidio. Si de aquellos polvos vinieron estos lodos, de semejantes horas nacen estos libros, los que se editan hoy por hoy. Algo que decimos no con ánimo –o desánimo– peyorativo, sino como mera constatación notarial de algo que acontece, en este tiempo, en la vida y en su hermana adoptiva: la literatura.
Viene todo esto a cuento del último poemario de José María Cumbreño, Breve biografía apócrifa de Walt Disney, galardonado recientemente con el XIII Premio de Poesía Alegría del Ayuntamiento de Santander. Un libro donde todo es verdad y es mentira, donde todo parece observado a través del cristal esmerilado e implacable de la realidad que vivimos día a día sin apenas darnos cuenta. Un libro que a ratos, también, es más perverso trampantojo que espejo sincero, y que por ello mismo nos hace pensar en la posibilidad de que nuestra biografía –y posiblemente nuestra moribundia– sean tan apócrifas como la del Walt Disney que se invoca en la portada.
José María Cumbreño, nacido en Cáceres, no es un autor novel, a pesar de ser aún relativamente joven (1972). Ya lleva a sus espaldas varios poemarios publicados. Y ello se nota en la soltura con la que plantea su juego, su casi travesura literaria. Breve biografía de Walt Disney no es otra cosa que un collage de elementos diversos superpuestos, pero un collage con matices. En puridad, más que de collage creo que sería más preciso hablar de cajas chinas, porque lo que Cumbreño plantea es una realidad que emerge de otra y emerge de otra y emerge de otra sin que se sepa muy bien cuál es su origen, cuál es la realidad en sí. En este juego entre la verdad y la mentira aparecen danzando algunos de los fantasmas más comunes de nuestro tiempo: la impostura intencionada (“Per Abbat copió con su mejor letra/ unos versos que no son suyos”), la verdad de lo que apenas advertimos (“En los negocios, lo importante/ es la letra pequeña”), la ficción como consuelo (“Porque la vida en los libros/ parece más vida”)... y algo que está en relación con todo ello: el miedo (“El riesgo. La herida”), miedo por demás domesticado (“Lo admito:/ yo soy de los que prefieren el play-back/ a la voz en directo”).
Con esta declaraciones se corre el peligro de pensar que Cumbreño está haciendo una declaración de intenciones, de estilo: eso que tan aburridamente suele llamarse una poética. Tal vez sí o tal vez no. Tal vez se trate tan sólo de poner el dedo en la llaga de la liquidez que Bauman ha denunciado en nuestras vidas... líquidos en los que a la deriva van muñecas rusas (“En el chat las morenas/ aseguran que son rubias/ las rubias, que son delgadas,/ y las delgadas, sinceras”) e incluso muñecas rotas (“Trabajo como intérprete/ en un call center de Méjico./ Llega un punto/ en que te encuentras tan cansada/ que no sabes muy bien/ en qué lengua estás hablando”). Así pues, espejismos y cruda cotidianidad juegan su juego de máscaras en este libro en el que apenas hay espacio para la ternura, a excepción de un leve destello esperanzado en su final (“Ella también juraba y perjuraba/ que nunca tendría hijos./ Ya ves”).
Con semejante planteamiento, es lógico que Cumbreño apele a una estilística rápida, de verso libre y muy corto, ambientada en lo urbano y lo tecnológico, plagada de iconos de la modernidad, de lo engañoso y de lo efímero (el propio Walt Disney, la L.H.O.O.Q de Duchamp, Barbie y Kent, Andy Warhol, Peter Pan...). Breve biografía apócrifa de Walt Disney es un libro breve, sí, pero concentrado en personajes y vivencias como el vestíbulo de un gran hotel internacional. Es evidente que José María Cumbreño no persigue aquí la gloria literaria. Sus páginas son un desahogo, una alucinación, un monólogo que no quiere ni acepta una estructura. Son un chicle de menta que causa escozor al contacto con la lengua y que, una vez mascado, queda mudo y adherido en el asfalto de cualquier ciudad.