¿DÓNDE LAS BALAS?

La obra se presenta a sí misma como el epitafio de una civilización futura aún no nata. Algo en principio sorprendente, porque más bien apetecería asistir al réquiem de nuestra civilización, que se encuentra tan malita; a quién le interesaría el futuro, dado lo maltrecho y denunciable del presente. Pero en fin, al sufrido e indefenso espectador no le queda otra que ser complaciente, las más de las veces, y así nos conformamos con lo que proponen, en este caso, Loscorderos, sc., la compañía que ha protagonizado la tercera entrega de la Muestra Internacional de Teatro en el CASYC de Caja Cantabria el viernes pasado con su montaje Tocamos a dos balas por cabeza; un título igualmente apocalíptico que parecía prometer asuntos serios.
La cosa no comienza mal, con tres personajes tendidos en el suelo, ataviados con ropajes gastados, con un vaso de agua sobre el pecho y sustentados por una suerte de sonda que un médico controla y manipula a su antojo. El cuadro es sugerente. Demasiada oscuridad que apenas permite entrever lo que pasa en escena; pero, como ya he dicho, somos dóciles, nos acomodamos a lo que la compañía pretende de nosotros, de modo que entrecerramos los ojos intentando adivinar. Algo de ruido burbujeante, manipulaciones de las sondas; los personajes –y nosotros con ellos- nacen al fin a la luz después de unos minutos. Alivio. Pero no. Es entonces cuando se inicia la fiesta. Por no decir el sinsentido. Locas carreras sin tasa, movimientos compulsivos, colocación y descolocación de sillas plegables, saltos, agitaciones, las sillas se cierran con estruendo, se vuelven a abrir. Bien. Loscorderos se anuncian como compañía de teatro físico y, viendo lo que veo, me imagino que eso quiere decir gimnástico. Tengo buen día, lo acepto nuevamente. Además, esa coreografía del caos se lleva a cabo con rigor y cierto arte. Bien.
Los actores comienzan a hablar. Y aquí es donde la matamos. Frases inconexas, carentes de referencias internas y externas (del tipo “cuando levante las manos, las flores tocarán el tambor”), que se me antojan salidas de la pluma de un poetastro primerizo, hilvanadas sin otra intención que la de epatar desde la atalaya del desconcierto del lector. En un momento dado se dice una gran verdad –posiblemente la única del espectáculo–: “nada es lo que es sino lo que parece”. Exacto: un despropósito. Es evidente que la lectura descontextualizada de Beckett o Ionesco tienen efectos contraproducentes para la salud. No deberían venderlos sin receta, y mucho menos a menores de cuarenta, quién sabe si cincuenta. Los paladines de la deconstrucción, del todo vale, han hecho el resto. Me acuerdo de Derrida, no sin saña. A sufrir tocan.
Intento acostumbrarme a la carencia de discurso de la obra, pero resulta duro digerirla. Me digo que la escenografía no es desagradable: sillas apiladas en un lado, sillas por doquier, en realidad, una mesa, varios focos suspendidos, un cuadro con micrófono incorporado en un costado, una pantalla de proyección al fondo. Y los actores hablan de temas aparentemente sustanciales: uno de ellos tiene un arbusto, otro hace indicaciones sobre la impureza de las emisiones seminales vespertinas, otro se acuerda de un abuelo que derrama el café y las galletas del desayuno. Lo del arbusto es contagioso, porque al final los tres actores acaban por tenerlo, sucesivamente, y el público se ríe cada vez que lo mencionan. Cosas de la desesperación. Hay algún destello que resulta gracioso de puro estrambótico: la cancioncilla improvisada con el asunto bíblico de las emisiones seminales o la parodia de la Semana Santa. Las proyecciones en pantalla apelan a una denuncia por saturación de horror que en realidad, a estas alturas, poco aporta, y que más parece un fácil fotomontaje de principiantes que una propuesta madura: imágenes de guerra, imágenes de deformidades, imágenes pornográficas.
David Climent, Nacho Vera, Pablo Molinero y Pablo Rega cincelan en verdad un trabajo intenso, esforzado, que sin embargo no genera los frutos deseables. Bien está que se ofrezcan alternativas a una concepción “tradicional” del teatro, como la incorporación del protagonismo de la "acción" entendida en su acepción más física; pero de ahí a la jibarización o incluso prostitución del texto media un camino que nadie en su juicio debe recorrer. A no ser que se quiera hacer una propuesta dramática tullida. Y en eso estamos.
Y por cierto, ¿dónde las balas que el título ofrece? La única bala presente es la que dispara el general Loan a la cabeza de un joven vietcong en aquella célebre toma que captó Eddie Adams. Las cuentas no me salen. Loscorderos nos prometieron un festín de balas y nos dejaron sólo pólvora mojada.

Comentarios

Emetorr1714 ha dicho que…
No hemos conseguido disfrutar dos viernes seguidos. A este paso, me quedo en casa a esperar tu crítica,
que sí vale la pena leerla.

Creo que tocamos a dos besos por cabeza, y aquí me quedo hasta recibirlos...

Recoge también los míos
Anónimo ha dicho que…
Bonita foto de perfil te has colocado, Fan ;)
Sí, lo de disfrutar dos viernes seguidos es complicado. De momento está claro que no toca. Pero tenerte por aquí sí es un placer. Dos besos, pues, a cambio de los tuyos.