HAY DÍAS...

Hay días que no sabe uno muy bien si va a hacer frío o calor. Hay días en que no sabe uno muy bien por dónde va a soplarle el viento. Hay días que no sabe uno siquiera lo que va a ver, o incluso lo que ha visto. Este viernes y este sábado recientes han sido de esos días. Pues la estupefacción y un cierto grado de incertidumbre han sido las notas dominantes ante la representación en este fin de semana en la Sala Pereda del Palacio de Festivales de la obra de teatro Noviembre, a partir de un texto de David Mamet.
En principio, se supone que David Mamet no precisa apenas de presentación. Premio Pulitzer, guionista aclamado en Hollywood, ha participado en películas que todos recordamos: State and Main, El Veredicto, Cortina de Humo, Los intocables de Elliot Ness… muestras del cine norteamericano elaboradas con una cierta dosis de calidad o al menos dignidad, llevadas a la pantalla por igualmente dignos directores y actores. Antes del glamour de Hollywood, Mamet había sido hombre de teatro, con textos caracterizados básicamente por su visión crítica y mordaz de la realidad de su país. Bien hasta aquí.
Y entonces nos encontramos con Noviembre, esto es, con un texto que reincide en una temática que a Mamet no le es precisamente ajena. Un nefasto presidente norteamericano en los últimos coletazos de su mandato (podría llamarse Bush perfectamente, aunque no sólo) debe presentarse a las elecciones novembrinas con una única certeza: que va a perderlas. Hay que hacer algo para evitar ese desastre, y se da por supuesto que el coste moral y económico de la maniobra es el factor menos relevante. A muchos lectores a estas alturas les estará sonando ya el argumento de Cortina de Humo en la que, en idéntica situación, el equipo del presidente decide inventarse una guerra en Albania de la que el mandatario emergerá victorioso para sortear el descalabro. Sin embargo, Noviembre no es más o menos una copia en versión teatral de la película dirigida por Barry Levinson y protagonizada por Dustin Hoffmann y Robert de Niro, sino que partiendo de la misma situación, se lleva la historia por derroteros que nos hacen dudar seriamente de la inspiración de Mamet. Y aquí es donde enlazamos con el comienzo de este artículo.
Decía, pues, que hay días en no sabe uno dónde tiene la izquierda y dónde la derecha, y sin duda el día que Mamet escribió Noviembre era uno de ellos. Bien está emplear el absurdo como corrosivo recurso a la hora de ejercer la crítica contra lo que sea, en este caso contra el sistema político de tu país. Pero el asunto empieza a estropearse cuando se pierde el control del absurdo, y éste deviene esperpento sin sentido. Eso es lo que le ocurre exactamente a David Mamet en Noviembre, al implicar en su trama a unos pavos que deben ser indultados el Día de Acción de Gracias y que acaban enfermando de la gripe A, a una intelectual histérica y lesbiana que quiere casarse contra la ley en la televisión y a un indio corrupto y vengativo que quiere montarse un casino en una reserva. Todo ello al servicio de un presidente que no quiere irse a casa sin un sofá y una biblioteca que le exige su caprichosa esposa, para lo cual decide sustituir a los pavos por atunes con el fin de recibir un soborno de 200 millones de dólares por parte de la Asociación del Pavo. Demasiados dislates, demasiadas estridencias; para David Mamet y para cualquiera.
¿Qué hacer con semejantes mimbres? Hay que admitir que los actores de Noviembre, bajo la dirección del experimentado José Pascual, sudan la camiseta a plena satisfacción. Una obra tan insensata se le caería a los pies al más pintado, y sin embargo el elenco se trabaja hasta tal punto el texto que hay ratos en que hasta parece inteligente. Dejando a un lado alguna frase cínicamente brillante que ilumina fugazmente el continuo desvarío (por ejemplo, el diálogo Asesor-Presidente: “A.: Señor, no podemos seguir construyendo el muro de contención de inmigrantes; P.: ¿Por qué, Archer?; A.: Señor, necesitamos a los inmigrantes para construirlo”), el principal aporte del texto es su ritmo trepidante, que los actores saben traducir con soltura más que suficiente, evidenciando una buena dirección. Santiago Ramos es un presidente impecable, absolutamente verosímil dentro de la inverosimilitud más absoluta, que hace un trabajo de quitarse el sombrero. Le sigue bien los pasos Cipriano Lodosa (Archer Brown) y en especial Ana Labordeta, que “borda” a su personaje, la arquetípica y desquiciada Clarice Bernstein. Jesús Alcalde cumple bien con su cometido, más reducido, de presidente de la Asociación del Pavo, y tal vez el único lunar sea un poco hábil Dwight Grackle en las manos de Rodrigo Poisón. Sobran, por lo demás, algunos detalles de sal gruesa, como que Bernstein caiga arrodillada ante la bragueta del presidente, tal vez en un bochornoso guiño a la célebre moza del “vestido azul”.
En definitiva, un Mamet muy menor que, como mucho, merecería el olvido… si de él no lo rescatara un conjunto de muy buenos profesionales, gracias a los cuales es posible esbozar alguna sonrisa en medio del absurdo. Recomendable, pues, sólo por ellos.

Comentarios

El Musicópata ha dicho que…
Ana, querida, celebro tu prosa y a ti te beso!
Anónimo ha dicho que…
¡¡Beso, queridísimo!! En esta casa se te echaba en falta.
Emetorr1714 ha dicho que…
Como siempre, es una gozada leer tus críticas. Leyéndote a ti, creo que no hace falta ver las obras.
Además eres creíble en todo lo que dices. Tienes una facilidad para escribir, como sólo tienen los llamados genios.

No es pelota pero a mí me roblas el cuore.

Hay días, hay días, hay días... me encanta la introducción que has hecho.
Tú ya sabes que yo también tengo días "de hay días".

Hoy precisamente, no sé por dónde soplarte el beso...
Anónimo ha dicho que…
Da igual de dónde venga: tu beso siempre es bienvenido. Cuídateme mucho...