TORTURA Y TRANSFIGURACIÓN

Vivir es un acto confuso y tortuoso, también un espectáculo ligeramente sórdido, una exhibición artificial, carnavalesca. El cuerpo en que vivimos tantas veces no es mucho más allá de aquello que los egipcios disponían como testimonio último de un hombre: una vasija en la que conviven varias vísceras. Vivir, de algún modo, también tiene algo que ver con la búsqueda que dote de sentido a esa vasija, con la ruptura del molde un tanto caricaturesco en que nos obligamos o nos obligan a existir. Algo que trasciende el mero hecho de hallarse integrado en cualquier comunidad y que puede parecerse a un proceso –doloroso proceso– de purificación individual.
En su obra Purificado, la dramaturga Sarah Kane disecciona (diseccionó, antes de suicidarse en 1999, con 28 años) el descenso a los infiernos que es ese proceso de purificación. Un descenso en el que hay que sufrir las penalidades del extraño viaje, también alucinaciones, e incluso el hallazgo de verdades o personas que jamás se hubieran querido ver o conocer –a veces uno mismo–. Un infierno que tiene mucho de callejón sin salida (“dead end”) e incluso de esperpento cruel, como cruel es cualquier deformidad, por institucionalizada que se encuentre.
Siendo la obra de Kane específicamente intensa, el director escénico rumano Andrei Serban la dotó asimismo de extensión al trasladarla a las tablas, multiplicando y ralentizando al tiempo el efecto de búsqueda y dolor de los personajes de Kane. Esto ocurrió en el año 2006, y ha sido precisamente este montaje de Purificado, de la mano de Serban y la Compañía del Teatro Nacional de Cluj, el que ha inaugurado en Santander la XX Muestra Internacional de Teatro Contemporáneo, y de paso la posibilidad de ser visto en España.
El planteamiento de Serban es duro, inquietante y conmovedor a partes iguales: una alicatada sala de torturas, una utópica franja ajardinada y un gran letrero desvencijado al fondo con la leyenda “dead end”. La vista se apoya en una banda sonora peculiar, integrada esencialmente por sonidos de descargas eléctricas, público vociferante en gradas de boxeo (sesiones de tortura) y música minimalista de Philip Glass (escenas de exploración o sufrimiento) y Arvo Pärt (anunciando con el sosiego melancólico de Alina los momentos más próximos a la purificación); alguna de las historias que acontecen en escena tienen su propia banda sonora, como las canciones de Marilyn Monroe que acompañan a la streaper, el partido de tenis en los diálogos amorosos de la pareja homosexual o los gorjeos de pájaros que iluminan fugazmente el imposible jardín. En mitad de este paisaje deambulan personajes ansiosos, flagelados y contradictorios que buscan una redención; una redención que pasa por convertirse en otro: Grace quiere convertirse en su hermano Graham, muerto por una sobredosis; Carl quiere convertirse en Rod por puro amor; Rod quiere convertirse en Carl por arrepentimiento; la streaper quiere abandonar su oficio… Todos quieren ser uno y ser distintos, algo que en el mundo se paga con el desarraigo, con la mutilación de uno mismo, con el sufrimiento y con la muerte. A la vez, todos aparentan ser algo que no son, como el temible doctor Tinker, torturador y garante del orden social, que no obstante es vulnerable y acaba por admitir que ni siquiera es médico: un orden social que engaña a sus adeptos, que los trastorna y que los expulsa de sí cuando estos adeptos descubren la incapacidad de ese orden de acogerlos.
La visión poética, descarnada y desesperanzada de Sarah Kane –que acaba por brindarnos una “Grace” que halla la “gracia” en un acto de pasión heroicamente inútil– se ve admirablemente traducida por el sólido montaje de Andrei Serban y subrayada por un descomunal trabajo de actores entregados hasta el agotamiento en la transmisión de un mensaje: el deseo de la completitud, de ser nosotros por entero, exige un precio demasiado alto.

Comentarios

Emetorr1714 ha dicho que…
Y entonces, ahí delante estás tu, Ana, con tus ojos que ven y tus oídos que escuchan. Y estás como presidiendo la función, pero los actores te ven y se dicen entre ellos... ¡mirad quién hay! ¡a ver como lo hacéis!
Y éllos, entregados a su trabajo con un descomunal esfuerzo, nos transmiten el mensaje.
Y tú, escribirás la critica como sabes hacerlo, fiel a la más pura forma del teatro.

Un beso, Ana, eres una gran criticona, ¿se dice así?
Anónimo ha dicho que…
Me sonrojas...
Un beso, Fan.