MUERTE PARA TODOS LOS PÚBLICOS

La muerte es uno de los estados que más tópicos y frases hechas sugiere. Siendo una etapa previsible, a diferencia de otros aconteceres de la vida, cada quien se construye su repertorio de actitudes para, llegado el momento, quedar a la altura deseada –que no siempre suele ser la deseable–. De todas esas cosas y de algunas otras trata Exitus el nuevo montaje que la compañía catalana Titzina Teatre ha traído a Santander, y en particular a la Sala Pereda del Palacio de Festivales, en este último fin de semana.
La propuesta de Titzina es sencilla, amable y asequible en su exploración de situaciones más o menos cotidianas que tienen que ver con el tránsito final: desde la preparación de los muertos en una funeraria, pasando por las inquietudes de cualquier humano ante la redacción de un testamento, hasta la notificación de una enfermedad terminal y las consecuencias que ésta desencadena en los familiares más cercanos del afectado. Todos estos asuntos se abordan con un sentido agridulce que facilita el discurso de la acción y la conexión con el público, y que desde luego priva a la temática de la obra de cualquier connotación morbosa o de mal gusto.
El montaje se articula a dos voces, las de Pako Merino y Diego Lorca –mejor el primero que el segundo – que van dando vida sucesiva y alternativamente a seis personajes que, en un momento determinado, confluirán desde un punto de vista argumental –no físico, obviamente– por las propias evoluciones de la historia. El secreto de esta fórmula estriba en un decorado muy sencillo, a base de paneles móviles que tienen la función de subrayar, en la mayoría de las escenas, la soledad de cada personaje consigo mismo y con su circunstancia; aunque algunos de los cuadros sí se desarrollan en pareja, un marcado efecto de contraluz incide nuevamente en esa “solitariedad” de los protagonistas. En consonancia con esta austeridad, sólo una silla y una mesa –que ocasionalmente se convierte en ataúd – integran el mobiliario de la producción.
A pesar del proceso de documentación que sus guionistas, actores y directores confiesan haber llevado a cabo con anterioridad, no hay en Exitus motivos para una reflexión sesuda –aun existiendo muchos libros y películas y obras de arte que se han acercado con profundidad al tema-; por el contrario, se aprecia un deseo expreso de simplificar la trascendencia de un proceso orgánico, natural e inevitable. En este sentido, debe apuntarse que la obra presenta la muerte como un asunto “poco serio”, pero no porque en sí mismo no lo sea, sino porque con frecuencia los vivos se encargan de dotarla de una pátina grotesca, artificial o absurda; y es en esta dirección en la que Titzina, suponemos, quiere avanzar.
En consecuencia, esta tercera entrega de los chicos de Titzina después de Sueños de Psiquiátrico y Entrañas, retoma paisajes conflictivos (antes se ocuparon de la locura y la Guerra Civil) pero desde una perspectiva tragicómica y para todos los públicos que empieza a ser en ellos marca de la casa.

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