CAMALEÓN DE TERCIOPELO

Parece que finalmente, tras titubeos y torpezas varias, el FIS de este año se ha decidido a ofrecernos un par de espectáculos de la calidad que se supone que le es propia. Ya era hora. Lo cierto es que tras el excelente concierto que ofreció la English Chamber Orchestra el pasado jueves (un sobresaliente para la agrupación y para su director, el avezado y carismático Roy Goodman, que ofrecieron una magnífica lectura de, en especial, la obertura Coriolano de Beethoven y así mismo del complejo Concierto para Piano y Orquesta número 24 de Mozart), la esperada presencia del contratenor Andreas Scholl, acompañado de la impetuosa Accademia Bizantina (y su concertino y director, Stefano Montanari, más que extraordinario violinista que, por cierto, acaba de grabar en el sello Ambroisie una espléndida versión de las sonatas para violín y clave de Bach junto a Christophe Rousset) no sólo no defraudó sino que dejó un buen recuerdo en la memoria del Festival con una noche de auténtico disfrute –específicamente para los devotos de la música barroca, que por añadidura nos vimos recompensados con la interpretación en propina del aria Chiudetevi, miei lumi del Admeto de Haendel–.
Respecto a Andreas Scholl resulta casi ocioso incidir en su espectacular carrera como cantante imprescindible en los repertorios que precisan de esa peliaguda especialidad que supone ser contratenor. Una especialidad vocal, por otra parte, que de forma habitual –y errónea– suele confundirse con el registro del castrato, confusión que proviene, por un lado, de la similitud, sólo superficial, en la voz (algunos hablan, también erróneamente, de “falsete”) y, por otro, del hecho común de que sean contratenores los que en la actualidad suelen hacerse cargo de los repertorios que en el pasado cantaban los castrati. En realidad, un contratenor sería el equivalente del registro que en femenino ocupa la contralto. Nombres célebres de contratenores ha habido varios a lo largo de la historia de la música, bien conocidos por todos –los ya clásicos Bowman o Kowalsky, por ejemplo–, pero probablemente sea hoy cuando la figura del contratenor se ha erigido en auténtica “estrella mediática” dentro del panorama vocal de la música clásica por su rareza –en el mejor sentido del término–, lo que ha propiciado una sucesión de cantantes que desde David Daniels, pasando por el propio Scholl hasta el elogiado y jovencísimo Jaroussky, sin olvidar a nuestro muy digno representante español, Carlos Mena, atraen el detallado seguimiento del público.
El caso de Scholl merece atención aparte, no sólo por su técnica impecable, por su ligerísimo fraseo y por su voz realmente excepcional (y ciertamente particular, remisa al vibrato, incluso en el entorno de los contratenores), de una calidez extraordinaria –terciopelo puro–, sino también por su propia vivencia de lo que debe ser la música en lo profesional y en lo personal. Inquieto no sólo por la interpretación de la música antigua y barroca, sino también por el disfrute de la que podría llamarse “música ligera” en sus más diversas expresiones (jazz, bosa-nova… como él mismo admite sin reservas), ello le ha llevado a adentrarse en terrenos de experimentación que incluyen en el mismo repertorio una voz de contratenor… ¡¡en un contexto pop!!; repertorios que, además, obedecen a su propia composición (siquiera por mera curiosidad, recomiendo la audición del disco Scholl goes pop con la banda de funck-rock “Orlando und die Unerlösten”: una caja de sorpresas). De forma que nos encontramos ante un artista absolutamente camaleónico, para quien las diferentes manifestaciones musicales no se clasifican por géneros sino por sentimientos, por pálpitos del corazón. Ahí es nada.
No es extraño, pues, que Scholl entienda la música como una suerte de alimento espiritual, y que fuera de esta función –conforme a concepciones desviadas de la música por la música, o peor aún, la música como sustituto de la vida real, alejada del enriquecimiento del espíritu– la considere un arte vacía incapaz de suplantar la experiencia. No es extraño, tampoco, que Scholl postule la intelectualidad de la música como camino lúcido para el estímulo de la emoción y del alma. Por eso, probablemente, las interpretaciones de Andreas Scholl no se quedan en el mero virtuosismo, sino que llegan bien adentro, y ahí permanecen. Doy fe... y dos botones.

Comentarios

Jorgewic ha dicho que…
Buena entrada, chata, y mejor título : "camaleón de terciopelo". Lo coge Almodóvar y arrasa, vete a registrarlo corriendo por la cosa de los royalties, por si las flys.

Un chivatazo : el otro día me trajeron una cajita de Scholl tiradita de precio, pidiendola desde la amazon.co.uk. Son tres discos que sueltos valen un pastón, como todos los de Harmonia Mundi, pero incomprensiblemente a través de esta oferta salen por unos doce euros en total (???). El número de serie de la caja es B000ARHNEY, y contiene el Stabat mater de Vivaldi, la recopilación de canciones para laud de Dowland y otro de arias haendelianas. Los tres excelentes, los he escuchado hace unos días.
Besos variados
Darío Fernández ha dicho que…
Magnífica reseña. No puedo estar más de acuerdo con lo que dices en ésta y en las anteriores.
Anónimo ha dicho que…
Mil gracias a los dos. Y un beso.
Antonio Torralba ha dicho que…
Hola. He visto recientemente tus blogs y me parecen estupendos. Enhorabuena por ellos. De acuerdo en lo que dices de Sholl. Lo que más me sorprende de él es el timbre. Si escuchas, por ejemplo, el Agnus Dei de la Misa en si menor de Bach (que está en su álbum Portrait)y te abstraes de los ataques de las notas y de los finales, esto es, te concentras en el centro de cada larga sílaba puedes escuchar cómo su voz es a veces un oboe (Ag de Agnus al comienzo, por ejemplo), un violín... Es un efecto maravilloso.
Anónimo ha dicho que…
Gracias por tu visita y comentarios, Antonio. Totalmente de acuerdo en lo que apuntas: eso es precisamente lo que más me gusta de la voz d Scholl; la ausencia de ese vibrato tan característico -y molesto- en otros contratenores es lo que produce esa sensación maravillosa. Su voz es extrordinariamente frágil, delicada -se aprecia en especial en directo- pero un magnífico "instrumento". Bienvenido eres con afecto.
Elvira ha dicho que…
Querida Ana: acabo de descubrir esta entrada y la he enlazado con una que escribí hace poco sobre el aria Che farò senza Euridice. Muy interesante. Un beso.
Anónimo ha dicho que…
La buscaré en cuanto esté "full-time" :-) Besos, querida Elvira.